La acústica del teatro Colón

Está claro que escuchar música en vivo es una experiencia completamente distinta a la de ponerse auriculares. Pero lo que a veces pasamos por alto es que, salvo que estemos delante de un músico en un concierto de cámara, dependemos también de la amplificación y la acústica del lugar para poder captar correctamente el sonido.

Se da casi por sentado hoy en día que cuando hablamos de sonido nos referimos a parlantes (o transductores técnicamente, así de paso incluimos a los auriculares) pero en realidad es fundamental tener en cuenta la acústica del lugar donde resonará y rebotará ese sonido, incluyendo la forma de nuestras orejas. Sin dudas esto pasa como algo transparente para la mayoría, quizás en casos en que la acústica sea excepcionalmente mala puede uno escuchar comentarios al respecto, el resto de las observaciones caen en gente fanática o dedicada específicamente al rubro. Por suerte Sony está tratando de traer consideraciones acústicas a los videojuegos, ofreciendo implementaciones de HRTF genéricas para un mejor empleo de componentes o señales sonoras, lo que quizás traiga todo este desarrollo teórico al mainstream.

El tratamiento de una habitación no es algo complejo en sí, alcanza con colocar algunos materiales que absorban ciertas frecuencias en lugares estratégicos, sino que lo complicado es encontrar una distribución que se adapte correctamente al uso u objetivo del sonido dentro de la misma. Es decir, no va a ser igual el tratamiento de un teatro, donde se espera que la gente guarde silencio para escuchar la función, a la de un salón de un bar, en el que decenas de amigos contarán desaforadamente anécdotas graciosas. Esto precisamente es lo que se logra a la perfección en el Colón.

La proyección del sonido

En este apartado me voy a tomar un momento para comentar la butaca que ocupé en el teatro. Sí, efectivamente no reservé con suficiente anticipación y terminé en la tertulia, donde sorprendentemente no se ve el escenario. Qué locura pensar que un teatro tenga lugares así; cuando uno visita el Colón puede entenderlo a la perfección. La prioridad no era observar a los músicos, ni encontrar fácilmente tu asiento, ni siquiera la comodidad de los mismos, era la de preservar el sonido. Y sí que lo logra. Desde el quinto piso, tercera fila, donde apenas se puede ver el brazo del contrabajista moviendo el arco, yo escuchaba las obras de Schubert como si estuviera frente a la orquesta. Todos los instrumentos se escuchaban con total claridad y un nivel de detalle impresionante haciendo de esta una experiencia realmente fantástica y recomendable.

Una reliquia de otros tiempos

Si la maravilla arquitectónica de este teatro proporciona entonces experiencias únicas e irrepetibles, ¿por qué no construimos lugares así en otras ciudades argentinas? ¿Por qué cuando se compara al Colón a nivel mundial sus pares se cuentan con los dedos de la mano? En verdad el problema es una cuestión de escala, porque lo que podemos lograr acústicamente hablando a partir de una sala se ve limitado físicamente por las propiedades del sonido, y cuando incorporamos componentes electrónicos de amplificación ya muchas de estas consideraciones cambian, por el hecho de que cada vez más los fabricantes ofrecen métodos de análisis de ondas y correcciones en tiempo real que permiten conseguir un mejor sonido incluso en la peor de las habitaciones.

De todos modos, yo creo que la respuesta es mucho más simple: el sonido es subjetivo. El valor que se le puede llegar a dar es muy relativo, lo que cuenta muchas veces es el momento, el estar ahí viendo un show en vivo, sea en el teatro o en el club de barrio. Por supuesto que tocar en el teatro Colón sigue y seguirá siendo un verdadero prestigio, por ser un lugar icónico, por su historia, su significancia y, por qué no, por su acústica.